La oferta
gastronómica porteña actual es tan vasta que es difícil elegir dónde ir. Yo
creo que necesitaríamos años para poder ir una o dos veces por semana a cenar a
restaurantes diferentes sin repetir ninguno. Hay miles de cartas, variedades
gastronómicas y presupuestos. Hay páginas para buscar según distintos filtros,
reservar por internet, leer comentarios y ver fotos del lugar y los alimentos.
Sin embargo, no hay nada como aventurarse personalmente y tener la experiencia
sensorial por uno mismo.
Muchos son los
puntos que se analizan a la hora de elegir dónde ir a comer:
Si el ambiente es cálido
y acogedor, si hay buena distancia entre las mesas, si no te hacen esperar
tanto para sentarte o traerte el plato, la decoración, el volumen de la música
o la ausencia total de ella, que la carta no sea interminable ni de sólo tres
opciones, el precio… En fin, podríamos elaborar una lista más o menos larga de
requisitos, según lo que cada uno mira y espera…
A mí, como buena sibarita exigente, me encanta salir
a cenar, conocer lugares nuevos, probar platos hechos por otras manos y comer
lo que no tengo ganas de hacerme en mi casa. Eso sí, odio pagar abultadas
cuentas en restaurantes que sólo venden humo por internet, por eso, yo te voy a
decir cuál es mi parámetro, bastante más primitivo y básico para darme cuenta
desde el inicio si la velada va a ser una buena inversión o es mejor salir
corriendo sin mirar atrás.
Son tres cosas las
que para mí definen a priori si la experiencia culinaria en un restaurante va a
hacer que regrese o no. Sus panes, el aceite de oliva y su café.
Cuando un restaurante
escatima en esos insumos básicos, ya sé que será mejor poner alguna excusa como
–de golpe perdí el apetito-, elegir un plato barato, comer y salir corriendo…sin
retorno por supuesto.
Un “buen restaurante”
ya se puede vislumbrar desde la panera que traen a la mesa. Si el pan esta
seco, insulso, cortado del dia anterior, no tiene variedad, no usan semillas,
especias o algo que sume sabores o se limita a las añejas bolsitas de grisines,
entonces todo lo demás puede llegar a ser un fiasco. Ni hablar si ni siquiera
traen pan. El pan que sirven es la primera presentación, en ese simple
canastito se ve el cuidado que tienen en los detalles, las materias primas que
eligen, en definitiva, la primera impresión de las intenciones de complacer el
paladar de sus clientes.
Por otro lado, cuando
te traen una ensalada, nada peor que un aceite de oliva de baja calidad. Si el
aceite no es extra virgen, se nota. Si está rancio más todavía. A esta altura
de la civilización y el comercio, ya no hay excusa en ningún lugar que quiera
conservar su clientela para poner aceite de maíz y vinagre de alcohol como hace
30 años atrás, que era lo único que se conocía. Hoy hay muchos excelentes
olivares incluso argentinos, y el aceto, aunque no sea originario de Módena,
puede ser igualmente de buena calidad y sabor. O, un chef con ganas de complacer
puede hacer que un aceto barato se convierta en un elixir mediante una simple
reducción a fuego lento. Conclusión: un buen aceite de oliva y un buen aceto
balsámico hacen la diferencia entre una buena o una mala ensalada. Si el aceite
que te ponen en la mesa es de mala calidad, ese restaurante se tacha de mi
lista.
Por último, si el
café que sirven parece un jugo de paraguas también será un restaurante para
descartar a futuro. El café debe ser intenso y con cuerpo, es casi como el
vino. No por nada ya existen también sommeliers de café y té, baristas
profesionales, y dedicadas industrias que buscan sus blends para satisfacer
gustos exigentes de café. Esos cafés sin gusto, aguados, quemados, con borra en
el fondo cuando no estás en un restaurante árabe, pueden hacer bajar la nota a
cualquier sitio gastronómico. Es más, algún bocadito dulce o cascarita
azucarada con el rico café no esta demás y le suma puntos al restaurante.
Conclusión, no dejen
de prestar atención a los detalles y al sabor de los alimentos que van a pagar.
Cosas tan básicas como una panera
variada, un rico café y un buen aceite de oliva ya son un primer indicador de
la calidad que tendrá el resto de la comida. No se dejen engañar detrás de cartas con
nombres rebuscados! Bon apettit!
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